La Opinoin, No es el tango de los abuelos >>
Nacida como una Montoya, pero conocida —y reconocida— por un nombre artístico que le fue impuesto a los 7 años de edad, cuando los encargados de la radioemisora radial donde se presentó por primera vez consideraron que su apellido real sonaba muy gitano, Sandra Luna viene cantando ante el público desde hace tres décadas, aunque la mezquindad de la industria discográfica la obligara a desarrollar su carrera sin editar producción alguna hasta el año 2000.
“Tuve ofertas de varias compañías, pero las condiciones que me daban eran tan malas que preferí desligarme de ellas durante mucho tiempo”, dijo la excelente vocalista porteña a La Opinión hace unos días, luego de ofrecer un concierto en el club Echo de Los Angeles, donde se presentó acompañada por un trío tradicional de piano, bandoneón y violonchelo, haciendo gala de una voz impresionante en el registro y desbordante en la pasión.
“El disco editado hace cuatro años sólo tuvo difusión en mi país; en cambio, el nuevo —que se llama Tango varón— ha contado al fin con una distribución internacional gracias a World Connection, una empresa holandesa que me hizo una oferta interesante y logró que firmara un contrato por primera vez en toda mi trayectoria. Lo positivo es que esta compañía vio en mí a la cantante, no a un rubro musical determinado; es que no es bueno encasillarse”.
De todos modos, Luna es muy consciente de que el título mismo de su nuevo trabajo indica su pertenencia a un género muy específico, aunque algunas de las composiciones incluidas no respondan siempre a los moldes tradicionales.
“Lo que hago esencialmente es música urbana”, sigue la artista. “El tango de Carlos Gardel tenía un ritmo diferente, pero hay que tomar en cuenta que la música popular argentina tiene muchas variaciones. Lo que sí es cierto es que, a diferencia de otras cantantes, hago tango de verdad. El gobierno militar [de los 70 y principios de los 80] censuró las letras que eran reales y reflejaban el dolor de la gente; después de eso, sólo se podían escuchar las canciones de amor o de desamor, y el tango no es sólo eso, porque nació como una herramienta de protesta social”.
“Cuando no tenía ni siquiera una forma rítmica definida, ya se quejaba de los gobernantes, pero la globalización hizo que entraran otras músicas al mercado, y es sabido que a través de la historia los gobiernos argentinos se han dejado comprar”.
En lo que respecta al título de la placa, Sandra Luna —que por cierto luce encantadoramente femenina— asegura que, a pesar de sentirse convencida de su identidad sexual y de mostrarla claramente en sus apasionadas interpretaciones, cataloga su tango de “varón” porque “para hacer este género como se debe, necesitás tener ovarios, como se los llama en la mujer. Normalmente se asocia la fuerza al hombre y la parte débil a la mujer, pero nosotras sabemos que eso es un absurdo total, que las mujeres somos varón y mujer todo el tiempo. Hay muchos hombres que no son tan hombres y no porque sean gay; me refiero a la parte interna, a la de ser cobardes o no poner lo que hay que poner”.
“En mi repertorio hay tangos compuestos tanto por hombres como por mujeres porque no es cuestión de separar, sino de cómo decir las cosas, de cómo afrontar la vida, de cómo disponer de ella y de la música”.
Sandra no rechaza la tradición —de hecho, su disco incluye algunas composiciones de autores clásicos, entre los que se encuentran Astor Piazzolla y Enrique Santos Discépolo—, pero quiere darle amplia cabida a las plumas nuevas, por lo que la mayor parte de su repertorio está conformado por piezas recientes.
“Hay ortodoxos que no aceptan lo nuevo, que creen que todo se quedó en el pasado; pero el tango es del pueblo y tiene que crecer con él, cambiando, modificándose y contando todo lo que sucede alrededor”, enfatiza, sin que la contundencia de sus declaraciones la obligue a alzar la voz.
“Amo a los abuelos, pero dejo vivir a los nietos, y es que en la vida hay todo tipo de encuentros, no sólo amorosos; por ejemplo, tengo una canción llamada Carritos cartoneros que habla de los nuevos habitantes de Buenos Aires, esos indigentes que viven en las calles, que nunca estuvieron antes en mi país y que aparecieron en la última década como consecuencia de una crisis que de pronto hizo que nos diéramos cuenta de que no éramos tan parte del Primer Mundo como nos habían contado”.
El tango surgió en Argentina mediante una fusión de estilos realizada por los inmigrantes europeos —básicamente italianos—, y como buena exponente del género, Luna forma parte de dicha cultura.
“Me crié en uno de esos barrios de inmigrantes y, aunque mi familia no era de tangueros, siempre estuve expuesta a esta música”, recuerda la artista, para pasar luego a explicar las razones que la han convertido en una intérprete tan notable.
“Desde pequeña estuve metida en esto, porque siempre supe que iba a ser cantante, y nunca se me ocurrió hacer otra cosa. Estudié en el conservatorio y llevé clases de canto, pero aunque tengo bastante técnica, ésta no debe superar nunca al sentimiento. Las dos cosas deben estar niveladas”.
Aunque sus palabras delatan el compromiso que siente con su arte y su sociedad, ella no es compositora, lo que según sus declaraciones se debe a que “no sé cómo reducir todo lo que tengo en la cabeza en sólo tres minutos, pero siempre estoy en comunicación con los compositores que trabajan conmigo para darles ideas o conceptos. Soy intérprete y, como dicen mis compañeros, la que hace parir los temas. El tango es como un gran álbum de fotos donde no puedes prescindir de nada, porque todo, hasta los seres que no conoces, formaron parte de la vida de quienes amaste”.
07/31/04
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